La vida profana y su memoria. Una lectura de la obra casa viuda de Doris Salcedo

Laura Mendinueta

Laura Mendinueta

ganador
Ensayo breve

LA VIDA PROFANA Y SU MEMORIA. UNA LECTURA DE LA OBRA CASA VIUDA DE DORIS SALCEDO

Lauren Mendinueta

ganador

ensayo breve

La casa enviudó en silencio. Donde antes bullía la vida hoy reina la decrepitud de los sepulcros habitados. En la sala, a pesar del vacío, una mecedora un tanto destartalada oscila con el viento. No sé por qué, pero imagino que alguna vez fue el regalo de un padre a su hija recién parida. O que quizás sirvió de juguete a los niños pequeños de la casa que acostumbraban balancearse en su estructura de madera fantaseando aventuras a lomo de caballo. La mecedora, como la casa misma, también terminará por sucumbir a la maligna tiranía del silencio. La miro y no puedo evitar un estremecimiento.

La que en otro tiempo fuera una edificación digna, hoy es un despojo. Esta casa, como el resto del pueblo, fue forzada al abandono, nada le queda, ni techo ni ventanas ni puertas. Es como un cadáver profanado, imposible de recoger, demasiado grande para ser sepultado. La intimidad que ventanas y puertas protegían se rompió, lo que antes fue privado hoy es público testimonio del miedo. La violencia, cínica perpetradora, violó el espacio sagrado del hogar. ¿Será por pudor que el persistente verde de las malas hierbas se empeña en tragárselo todo?

Casa viuda, pienso al contemplar las paredes agrietadas, que se mantiene en pie casi por milagro. Casa viuda como la que la artista plástica Doris Salcedo recreó ensu instalación del mismo nombre a principio de los noventas1. El arte, pienso frente a la evidencia, posee el terrible don de la anticipación. Mientras ella exponía su trabajo en la White Cube Gallery de Londres en 1995, nada extraordinario pasaba aún en Las Palmas, Bolívar. La gente no se sentía especialmente amenazada: nacía, crecía, se reproducía y al final encontraba la muerte en su lecho. En esa época, esta casa que hoy contemplo con pena, estaba habitada. Todo lo que en ella existía, u ocurría, pertenecía a sus dueños. Era una casa llena de historias y de vida. Pero el sosiego no duró para siempre. A finales de los noventas, se consolidó el control paramilitar en la zona y sus víctimas empezaron a formar parte de la cotidianidad2. Los velorios prematuros se hicieron corrientes. Nadie estaba a salvo. El golpe final lo dieron las AUC asaltando el pueblo el 28 de septiembre de 19993. Murieron cuatro vecinos y la tragedia terminaría por expulsar al pueblo entero. En Las Palmas habitaban casi cinco mil personas. Hoy, los re-tornados no pasan de cien. La escuela que un día tuvo cuatrocientos cincuenta niños apenas recibe una media docena.

La obra Casa viuda de Doris Salcedo, sin hablar directamente de este caso —no es necesario, pues a la instalación la actualiza la realidad—, dialoga con presentes y ausentes. Ella pareciera darles voz, como se la ha dado a otras miles de tragedias colombianas que pasan, en la mayoría de los casos, inadvertidas. Cada masacre, cada desplazamiento sepulta un drama anterior. ¿Acaso habremos contraído los colombianos la enfermedad del insomnio de la que habla Cien años de soledad, sucumbiendo, sin percatarnos, a la pérdida de la memoria? Quizá, pero no es una situación sin remedio.

Lo más interesante en el caso de Doris Salcedo es su aparente distanciamiento de la obra creada: “No ocupo el centro de mi trabajo, porque a mí, como artista, no me está ocurriendo nada significativo: los eventos significativos que definen nuestro marco social y cultural le están sucediendo a otras personas”, enfatiza. Sus palabras recuerdan un fragmento del poema “Réquiem” de Anna Ajmátova4:

No, no soy yo, es otra la que sufre. Yo no podría. Que ensombrezcan lo ocurrido negros velos y retiren los faroles… Noche.

No es para nada casual que en los últimos años la artista plástica haya adelantado un interesante trabajo de campo. Son frecuentes sus traslados hasta los más diversos escenarios de la violencia colombiana para dialogar cara a cara con los sobrevivientes e interactuar con los objetos que pertenecían a las víctimas. Ella se hace a un lado con humildad para permitir que su obra hable por los otros ya sea asesinados o desaparecidos, viudas o huérfanos, o todos ellos entrelazados en un coro estremecedor. El mensaje es nítido; Salcedo consigue romper el silencio, lo inanimado habla con elocuencia de sus dueños.

Su obra, a pesar de los temas que aborda, escapa del carácter panfletario de denuncia social en el que podría caer fácilmente, y supongo que es este logro uno de los motivos que la han llevado a convertirse en una de nuestras artistas contemporáneas más reconocidas y representativas. Cuando en el 2010 le fue otorgado en España el Premio Velázquez de Artes Plásticas5 —uno de los galardones más prestigiosos de la escena internacional—, el jurado, presidido por Ángeles Albert, destacó en el acta de premiación “el rigor de su propuesta, tanto en la dimensión formal como en cuanto a su compromiso social y político”. Sobre la Casa viuda su creadora diría: “La Casa viuda hace una utilización precaria del espacio, lo que Smithson denominó un no-lugar (nonsite), es decir un lugar de paso, imposible de habitar”.

En Casa viuda VI se aprecia una silla infantil no muy distinta a la que yo vi abandonada en Las Palmas. Ésta, más pequeña y pintada de negro, se conecta con otros tres elementos. El primero, dos costillas humanas que reemplazan la natural rigidez de las patas para convertirla en mecedora. Los huesos podrían conferir un aire siniestro a la obra, pero al final el efecto es simplemente humanizador. Después tenemos una pieza negra tubular de escuetas formas redondeadas que, siendo ajena a la silla, sirve de puente entre ésta y el otro elemento relevante: un par de puertas de madera. Sobre la primera reposa la silla y la segunda hace de barrera frontal. Al combinarse, estos dos elementos forman un perfecto ángulo recto.

El conjunto es especialmente inquietante, y no sólo por los huesos humanos. Al observarlo la sensación que experimenté fue la de estar frente a una tumba, la presencia en la sala de dos conjuntos idénticos de puertas refuerza esa sensación. La mecedora representaría un cadáver expuesto, y las puertas, la bóveda y la lápida, respectivamente. La puerta horizontal daría entrada al mundo de los muertos, mientras que la vertical simbolizaría la vida terrena y su profanación. La artista consigue lo que se propone: la recreación simbólica de un lugar imposible de habitar.

Si la silla representa el cuerpo de la víctima, es en la conjunción del metal con el hueso donde encontramos, a mi parecer, la mayor carga simbólica. Para Cirlot el hueso es símbolo de la vida reducida al estado de germen, y para Blavatskiy el metal representa hábitos y costumbres. Por tanto, surge un rescoldo de esperanza en la unión de ambos materiales. Las costillas, como la vida que persiste, que se niega a sucumbir, se balancean en un ir y venir del ser entre la nada y la materia. Los huesos también podrían encarnar lo natural en contraposición con lo artificial del metal. No olvidemos que la muerte violenta es la más antinatural de las muertes, pero el dominio de la vida es aún más poderoso, por eso los huesos son el sostén de la silla y no viceversa.

El reducido tamaño de la silla metálica no puede ser casual. Sus dimensiones remiten al momento de la vida en el que somos más vulnerables, pero también más protegidos. La infancia está ligada al recuerdo de las antiguas moradas, y su territorio es el de lo inmemorial. El objeto cumple dos funciones, es mueble y juguete. Como mueble, la mecedora evoca lo más corriente de la cotidianidad, aquello que fue creado para prestar un servicio, y como juguete es síntesis de memoria e imaginación.

La casa es el espacio por excelencia de la memoria; en ella se aloja la arqueología sentimental de sus habitantes, en ella nuestros sueños tienen albergue. Por eso, irrumpir en una vivienda sin el consentimiento de sus moradores es un acto en extremo violento, una real profanación de la vida y su memoria. La casa provee refugio, es nuestro primer universo y gracias a ella no somos devorados por el mundo. En ella no sólo nuestros recuerdos están alojados, sino también nuestros olvidos. La memoria es la morada del mundo inmaterial que nos habita. Al acordarnos de la casa somos capaces de recrear una realidad doble: la casa está en nosotros tanto como nosotros estamos en ella6. No es difícil imaginar la profundidad del drama, el extremo desamparo, de las miles, millones, de personas desplazadas en Las Palmas y en toda Colombia7.

Salcedo transporta el ámbito privado que representa la casa al espacio público de la galería o el museo de arte. Para ella se trata de “una forma de acercar la conciencia del espectador a la desaparición y el desplazamiento forzoso”. El espectador es confrontado a través de los objetos que se supone pertenecen a sus dolientes y no a la sociedad. Estos pasan de ser simples trastos inanimados (cargados de significado apenas para un grupo reducido) a personajes con carácter social, siempre listos a abofetear al espectador, como diciéndole “estamos aquí, hemos sobrevivido para recordarte que una vez también existieron nuestros dueños”.

En Las Palmas, una anciana de más de ochenta años deambula por una casa condenada a enviudar. Se llama Isabel María Fontalvo. Vive sola. No tiene vecinos. Ella también huyó después de la masacre de 1999, pero al cabo de un año decidió regresar. Quiere morir en su propia casa, cree que merece ese privilegio, que se lo ha ganado. Los pocos habitantes del pueblo que de vez en cuando la visitan la encuentran casi siempre hablando sola. Dicen que ha enloquecido. Ella los mira con resignación y calla. La señora Isabel María no se siente sola: es con los muertos con quienes habla. Es con ellos con quien mejor se entiende. No sabe que a muchos kilómetros de su casa, en Bogotá, otra mujer, Doris Salcedo, piensa en ella desde hace ya muchos años. Y, aunque no la conoce, esa artista construyó con escrupuloso cuidado una obra en la que le da voz: Casa Viuda para que la mala hierba de la desmemoria no termine por tragárselo todo.

Notas
  1. La instalación Casa viuda (1992-1995) estuvo expuesta en la White Cube Gallery de Londres entre el 15 de septiembre y el 14 de octubre de 1995. Para más detalles visitar la página web de la galería: HYPERLINK “http://www.whitecube.com/exhibitions/ lacasaviuda/” www.whitecube.com/exhibitions/lacasaviuda/.
  2. En los años ochentas la guerrilla (primero el EPL, después las FARC), ya patrullaba la zona propiciando un clima de enrarecida normalidad con mínimos brotes de violencia. Hacia 1997 los paramilitares controlaban la región a sangre y fuego.
  3. Ese día, diecisiete hombres del Bloque Héroes de los Montes de María congregaron a todos los vecinos del pueblo, incluyendo a sus 450 niños, en la plaza principal, obligándolos a asistir a lo que ellos llamaron un “juicio sumario”. Los cinco acusados, todos miembros de la comunidad, fueron juzgados apresuradamente, sin ningún derecho a defensa y condenados a morir. Tres de ellos: Tomas Bustillo, Rafael Sierra y Celestino Ávila, fueron ejecutados ahí mismo, de un disparo en la cabeza. La cuarta víctima fatídica fue Emma Caro, la madre de Celestino Ávila, quien corrió gritando para auxiliar a su hijo. En la confusión, los otros dos jóvenes acusados lograron escapar. Los paramilitares anunciaron entonces una nueva matanza para el 11 de noviembre siguiente. Esa misma tarde empezó la desbandada.
  1. La poeta fue obligada por el despotismo de la revolución rusa de 1917 ha vivir durante años en el anonimato, atormentada por el fusilamiento de su primer esposo, el poeta Nikolái Gumiliov, el encarcelamiento de su único hijo y la muerte, en un campo de trabajos forzados, de su tercer marido, el historiado Nikolái Punin. Su poesía fue censurada durante décadas.
  2. Salcedo ha sido la primera mujer distinguida con este premio.
  3. Gaston Bachelard en su libro La Poética del Espacio dedica dos extensos capítulos a la casa como instrumento de estudio del alma humana.
  4. Según cifras de CODHES, en Colombia han sido desplazadas 4,9 millones de personas, de las cuales el gobierno reconoce 3,7 millones. La población colombiana es de aproximadamente 41 millones. La situación equivale a que uno de cada once colombianosse ha encontrado en situación de desplazamiento.