Dos comentarios a la exposición El Territorio no está en venta de María Buenaventura

Julia Buenaventura

Dos comentarios a la exposición El Territorio no está en venta de María Buenaventura

1.

Un retoño de maíz se levanta entre papeles, los cuales, apilados en columnas en formato rectangular, se han convertido en materas. Receptáculos capaces de contener tierra y, entre esa tierra, plantas que, en su condición de plantas, nunca permanecen estables. Esto es, jamás terminan su forma, pues es la proliferación constante lo que las hace estar vivas.

Un encuentro dado por la contradicción en los términos, “agudeza por oposición”, como la describiría Gracián, y que radica en que un papel, en vez de abrigar palabras, es recinto de una planta. La hoja de papel y la hoja de la planta comparten aquí un espacio inusitado, en tanto escapa de la representación: la planta no aparece en el papel como dibujo o descripción. Muy por el contrario, el choque es de forma directa, pues ninguna de la hojas está representando a otra: sencillamente presentan su materia.

Y es justamente ese encuentro, el que desmonta las ficciones que nuestros papeles planos, rectangulares y blancos acostumbran tener. Primero, porque muestra que el papel no es bidimensional, y segundo, porque revela que el papel no es permanente: la tierra y las plantas habrán de acabar con él (pero aún sin tierra ni plantas, después de ser amarillo, pasará a volverse polvo). Y tercero, porque antes de ser papel ese papel fue una planta, fue un árbol que se levantó tal como la enredadera que ahora crece en su interior. Es decir, alguna vez esa hoja ahora blanca y pulida, fue verde y se alimentó de tierra, es decir, de territorio.

El Territorio no está en venta de María Buenaventura, es una exposición en la cual, el papel pierde su condición de receptáculo de mensajes, para volverse materia, y, así, revelar su peso. De hecho, el papel es más pesado que la tierra contenida, perdiendo esa ilusión de bidimensionalidad, de ser recinto de ideas, para convertirse en objeto. Y sin embargo, las ideas, los planes y los proyectos no han desaparecido.

Me explico, los papeles apilados no están exentos de texto sino que, por el contrario, contienen los decretos de expropiación de la tierra de los campesinos de Usme, región colindante con Bogotá, la cual dejó de ser rural para convertirse en urbana, de modo que los habitantes tendrán que vender sus lotes. El Estado comprará y una empresa privada realizará el negocio.

Los precios asignados de manera oficial son ridículos: del orden de dos dólares por metro cuadrado. Los campesinos no quieren vender: de un lado, porque no quieren dejar de ser campesinos para convertirse en ciudadanos, lo que bajo la apariencia de libertad, ha acostumbrado ser una imposición de dominio; de otro, porque sería imposible convertirse en ciudadanos saludables con los precios ofrecidos: serían más de los sin tierra que recorren las ciudades modernas.

La transformación del un territorio rural a uno urbano se encuentra en esos papeles apilados en la muestra. Así, estos, además de revelar su peso por ser materia, revelan ese peso tan propio de la idea: de las leyes que, sin saber nada de tierra, siempre consiguen consumirla. En suma, los dos tipos de peso operan como yugos. La exposición de María Buenaventura se encarga de revelarlos, de explorarlos, de convertirlos en tangibles. Ahora bien, en vez de quedarse en ellos, la artista avanza sobre las luchas: la de la planta que se alza sobre la Tierra y la de los campesinos que se alzan sobre el decreto, para afirmar que su territorio, ese territorio, no se encuentra a la venta.

2.

Bajo la forma de un libre cambio entre los hombres, la venta de la tierra acostumbra resultar de una imposición legislativa. Avalada por el Rey o por el Estado, siempre llega como ordenanza o como decreto que traspasa aquello que era de varios a manos de un solo individuo, el cual –en nuestros días– suele llevar el título de Corporación o de Persona Jurídica. Nuevo dueño, éste, que obtendrá un lucro por el terreno, pero como los terrenos no producen lucro por sí mismos: no se levantan a trabajar bien temprano, lo que sucede en realidad es que se convierte en dueño del tiempo de los que fueron expropiados.

Aquellos que salen de sus tierras, lo único que llevan consigo es su tiempo; tiempo de trabajo futuro a cambio de un salario; así, es el tiempo aquello que expropia la Ley. En las ciudades, esto sucede a una escala enorme, los que salen de un extremo acaban en otro, y así sucesivamentei, de forma que el fenómeno parece no suceder, o mejor: suceder espontáneamente, como si los campesinos que llegaron y siguen llegando a la ciudad realizaran su desplazamiento por motu propio, cuando es un mecanismo de expropiación, lo que causa la avalancha.

Este mecanismo crea el caos urbano, la parcelación infinita y arbitraria de los territorios, las cuadras dislocadas, el paisaje fracturado. Vielle, retomado por Henri Lefebvre, explica este caos cotidiano, en los siguientes términos: “A pesar de la inmensidad del desorden –que todos presentimos– provocado por las apropiación privada del territorio urbano, el proceso de urbanización en ella implícito continúa siendo un terreno prohibido (…) estudiar el origen de la renta de la tierra es encarar el crecimiento urbano de una manera concreta, en una situación definida”1

En suma, en la expropiación legal de territorio está el origen de ese sospechoso y espontáneo caos urbano, que arremete hoy con la superinflación inmobiliaria y la expulsión, que no ha cesado, a las ciudades actuales. No es por nada que el Lefebvre de 1970, ha sido fuertemente retomado por Harvey y Jameson en los años 1990 y 2000.

“El espacio se desborona, cambiado (vendido) en destrozos, fragmentariamente conocido a través de las ciencias de parcelamiento, cuando él forma una totalidad mundial y hasta interplanetaria”2, relata Lefebvre, explicando lo que el llama de “producción del espacio”, donde tal parece que cada parcelita, cada cuadra es autónoma, es ella en sí misma y no, como en realidad lo es, una totalidad que ha sido arbitrariamente despedazada, picada.

La exposición El territorio no está en venta recorre estos asuntos; su punto consiste en partir de un problema concreto, particular, para abrir una problemática a grande escala, ésa sí general, humana. En suma, si la ciencia congrega en lo general cada fenómeno particular, la obra de arte ve en lo particular el todo. Así, María Buenaventura se va a Usme, a un conflicto específico, al relato de los campesinos, para contar una vieja historia haciendo uso de caminos nuevos.

En una de las entrevistas realizadas por María, el líder de la comunidad de Usme, Jaime Beltrán, cuenta que cuando le ofrecieron dos dólares por metro cuadrado de tierra, él dijo que bien, que se podían llevar todos los metros cuadrados que quisieran en un camión. Respuesta brillante que encierra el problema de convertir en abstracción lo real, y devela cómo ese metro cuadrado (la medida) no existe en el mundo de los vivos, sólo existe en las escrituras. La tierra, el territorio no está hecho de metros cuadrados, como hemos terminado por creer a través de siglos y siglos cartesianos.

De seguro, la respuesta de Jaime Beltrán le hubiera encantado a Gordon Matta-Clark, quien 1973 y 1974, se la pasó buscando terrenos inexistentes en la realidad, pero existentes en la ley, para, después de comprarlos, conocerlos.ii Y es en esa respuesta que se condensa el eje de la exposición, la confrontación entre la ley y el hecho, entre la ficción de una escritura y la realidad de un terreno sobre el cual pones tus pies y sacas tu alimento.

Las obras dan cuenta de este choque: las páginas y páginas de decretos que arman un paisaje como topografía, como montañas rectangulares, con las cuales abrí este artículo; el letrero verde con letras negras, pieza de la muestra y que María se encontró cuando fue a Usme –a buscar, como todo artista, lo que no se le había perdido–, letrero que decía “El territorio no está en venta”, como advertencia para unos compradores que decretan el valor con antelación a la compra. Y, entre todo esto, un metro cuadrado de tierra.

Hijo de la respuesta de Jaime Beltrán, este metro2 es una recipiente de metal (1 x 1m), con el menor grosor posible para contener un plano: de tierra. Tierra negra: de Usme. Es decir, ese metro cuadrado que sólo se hace concreto cuando deciden que hay que intercambiarlo, sino la tierra continuaría siendo tierra y no la suma de unos metros. Esta pieza específica es, pues, un metro abstracto de tierra. Sin embargo, su condición de idea no bastó para que, durante el transcurso de la muestra, dejaran de brotar retoños, haciendo un verdadero cuadro de carácter suprematista: puntos verdes sobre plano.

 

Julia Buenaventura
Ensayo ganador | Premio Nacional de Crítica | Ensayo breve

[1] Siempre es bueno revolver a las personas, para disolver el peligro que una comunidad implica.

[2] P. Vieille, Marche des Terrains e Societé, Edit. Anthropos, París, 1970. En Henri Lefebvre, O pensamento marxista e a cidade, Ulissea, Casterman, 1972.

[3] Henri Lefebvre, O pensamento marxista e a cidade, Ulissea, Casterman, 1972.

[4] La obra de Matta-Clark Propiedades Reales: Bienes Ficticios, consiste en la compra de quince lotes de tierra a la Ciudad de Nueva York. Lotes cuya característica era ser deformaciones en el parcelamiento urbano, sobrantes de terreno debido a fallas en la repartición de las cuadras, algunos de ellos inaccesibles por estar localizados entre un conjunto de casas, otros cuyas proporciones o tamaños los tornaban completamente inútiles, 70cm x 10metros o 70 x 70 cm.