Mugre vida y realidad

Álvaro Villalobos

Mugre vida y realidad

Álvaro Villalobos

Ensayo breve

 

Dibujos con alambres de púas, flagelaciones, auto laceraciones, orina, telas sucias, vidrios rotos, clavos oxidados, bellos púbicos o cabellos de muerto y sangre de su propio cuerpo son sólo algunos de los elementos que utilizan los artistas contemporáneos para hablar del malestar social. Hay una extensa lista de artistas que dedican su tiempo y creatividad a construir discursos visuales con estas materias para diferentes propósitos y mensajes. Catálogos de diversas exposiciones muestran ejemplos de obras sobre el dolor y el sufrimiento, las penas del alma y las heridas del cuerpo. En la mayoría de las obras de esa naturaleza impera la necesidad de manifestar los síntomas comunes que padece la sociedad actual.

El dolor y la muerte son asuntos naturales para la mayoría de los humanos, y temas comprometedores cuando se convierten en obsesión. Pero sobre todo son el foco de atención cuando suceden intencionalmente. Las pasiones profundas y los actos públicos relacionados con el daño y el sufrimiento con los que muchos nos identificamos son unos de los temas preferidos de la literatura y del arte, así como también el escenario perfecto para muchas obras que encuentran funciones poéticas en las maneras de presentar y representar estos padecimientos.

El arte, agente conciliador entre la sociedad y sus males, ente autónomo y catalizador del pensamiento y de los sentimientos de cada época, da cuenta de sucesos importantes de una manera cada vez más compleja. Desde hace tiempo, además de la belleza clásica, incluye lo feo, lo asqueroso, el horror, el dolor y el hastío. Sólo se necesita el poder de decisión del artista para asumir estas verdades. Para muchos, esas formas no convencionales de hacer arte son sensacionalistas, quizás porque las comparan con imágenes de revistas y periódicos que exhiben, en puestos callejeros,  los siniestros de cada día con fotografías espeluznantes de asesinatos, de violaciones y de cadáveres destazados, baleados y en descomposición. Entre el amarillismo periodístico y una propuesta artística hay mucha diferencia. Y vale la pena acercarse a las obras de arte cuyos móviles conceptuales muestran esos padecimientos, aunque ameriten un esfuerzo mayor para su entendimiento.

En este sentido, el artista Rosemberg Sandoval (Cartago Valle, Colombia, 1959) propone un tipo de obra lograda desde su fascinación por el estudio y la experimentación con el hastío, la redención de la carne y el elogio de la pudrición. El especialista en el tema Pere Salabert, autor del libro La redención de la carne, cita su obra para hablar de la belleza del arte que mezcla los sentimientos con carne podrida, fermentación, cucarachas muertas, orina y piel mugrienta. Desde hace varios años su obra  imtima con la descomposición social, pero en el tratamiento de los temas abordados se distingue de otros artistas que también trabajan esas crisis existenciales de manera provocativa.

En ocasiones se ha comparado el arte de Sandoval con el de los accionistas vieneses de los años setenta, Hermann Nitsch y Otto Mühl, por la intención de que a los ojos del público sus obras se vieran espectaculares. Pero hay una gran diferencia entre unos y otro. Ciertamente, los vieneses dramatizaron sus obras, inyectándoles grandes dosis de exhibicionismo, para sí conseguir la excitación efectiva del público presente. . Mientras que la manera directa con la que Sandoval trata el dolor y el sacrificio es distinta, su fuerza propositiva consiste en que no teatraliza nada, más bien saca los elementos de la realidad cotidiana para presentarlos sin modificaciones representacionales.

Trabaja con lo que tiene a su lado, que no es diferente a lo que tenemos cerca la mayoría de colombianos y, en mayor o menor medida, ciudadanos de países como México: un estado de desasosiego producido por la constante ola de violencia, descomposición social y pobreza, muertes agresivas y heridas sociales difíciles de curar. Este artista no adorna para hablar de estos temas, no los exagera ni afea, presenta la realidad sin veladuras, ni estetizaciones simplistas; devela los problemas sociales en la galería, el museo o la calle con una visión artística propia. Entiende el arte de la manera como lo describió Martín Heidegger, como la esencia del espíritu de aquel que lo manifiesta.

La obra de Sandoval presenta lo esencial para comprender crudamente la realidad; en sus trabajos se percibe el espíritu y el alma fuera del contexto de las religiones; el aliento, el valor y la energía que animan al ser humano se convierten en agudeza inventiva. Estas características son utilizadas propositivamente de la misma manera que lo hace la artista mexicana Teresa Margolles. A sus obras las une la claridad con la que asumen los temas que abordan y el valor con el que enfrentan los mitos y realidades de la obra, la vida y la muerte.

En una exposición reciente, Sandoval expuso unos trapos, utilizados por los indigentes de las ciudad de Cali (Colombia) para dormir,  invadidos por capas de mugre y materias orgánicas  a los que les imprimió el escudo de las naciones unidas. Los colgó luego en México, en un foro de arte contemporáneo como pinturas naturales, con el nombre  de Mugre U.N (2005). El artista armó sus instalaciones con dramatismo y las impregnó del sufrimiento de pobres y desheredados, los desdichados del mundo que viven y mueren en la miseria. Las sábanas contenían fluidos descompuestos y olorosos; seductores y detestables a la vez. La solución plástica en esta ocasión consistió en un tipo de obra gráfica que tomó improntas de la vida para mostrarlas como arte. Las sábanas sucias de los indigentes son tan descarnadas como sus vidas. La forma y metodología de su trabajo aluden a un tipo de arte confesional realizado con honestidad en el que no importa si se habla de sí o de los demás, y que evidencia una necesidad de tomar partido cuando denuncia públicamente un flagelo universal.

Salvando las proporciones, puede relacionarse con la obra My Bed (1998) de la inglesa Tracey Emin, que consistió en una cama con un colchón mugroso y las sábanas revolcadas, calzones sucios, toallas usadas, botellas de vodka y zapatos, colillas de cigarrillo, condones usados y autorretratos hechos en polaroid a los que se le impregnaron las secreciones del cuerpo, para hablar con propiedad de sus padecimientos y miserias. Otra referencia al trabajo de Sandoval la constituye la obra del artista polaco radicado en Nueva York, Krzysztof Wodiczko, en el entorno general y en la necesidad profunda de hablar de los problemas sociales. Aunque en la obra de Wodiczko las soluciones formales son diferentes y cada una corresponde al móvil conceptual tratado con particularidad. En La proyección de los desalojados (1986), con apoyo de la 49th Parallel Gallery, concebida inicialmente como una intervención, introdujo la situación de las personas sin hogar a la realidad histórica de Nueva York proyectando imágenes en diapositivas sobre una estatua de carácter histórico: convirtió a George Washington montado en su caballo en un pobre hombre en silla de ruedas al sobreponerle la imagen de un indigente que pasa el día lavando parabrisas a los carros en las esquinas del Bronx. En otra ocasión, diseñó módulos habitables para facilitar la vida de los indigentes, esculturas con ruedas que les entregó para que tuvieran un lugar donde dormir, cambiarse de ropa y defecar haciendo más cómodo el deambular por el espacio urbano.

En conclusión, podemos ver que este tipo de obra señala que la descomposición social es grave, pero sobre todo que las realidades que la conforman nos atañen a todos. La obra de arte hiperrealista trabaja de manera mimética produciendo retratos fieles a las circunstancias, aunque con una distancia previamente establecida: la de la representación. El hiporrealismo exagera la realidad para hacerla notar, llama la atención del espectador con imágenes provocativas sacadas del entorno inmediato, pero aumentadas. En cambio, en las piezas de Sandoval los asuntos tratados no son ni más ni menos de lo que es la cruda realidad. El drama, el dolor, la mugre y la sangre se muestran descarnadamente no sólo porque el artista así lo decide, sino porque necesita reflejarlos con la misma intensidad con la que los vive.